este mundo que son ojos.
Me quedé pensando un buen rato cuando se terminó la película. La sala callada, se notaba el poder que había tenido el final sobre nosotros.
Me llamó la atención es cómo lograr hacer entrar al otro en este mundo distinto, que adolece de una pura pérdida, la vista, pero que goza de un montón de otras maneras de conocer y percibir que nosotros dejamos de lado.
Toda nuestra cultura se ha construido a partir de la visualidad, y cada vez más, con la expansión de los medios de comunicación masiva, estas imágenes superpuestas e inconexas que bombardean nuestras pupilas en los diarios, revistas, televisores, computadores, blackberrys, carteles, pantallas en las calles, comienzan a invadir nuestro mundo y nos incitan al consumo y al goce de placeres que no están con nosotros.
Imágenes de playas lejanas, mujeres hermosas y fuera de nuestro fenotipo latinoamericano, evocaciones a mundos paralelos que nos dicen "la felicidad está aquí, no donde estás tú" nos hacen perder la noción de lo bello de este mundo que nos rodea. Nos conformamos con ver los carteles y dejamos de prestar atención a los árboles, a las nubes, con su luz constante perdemos la noción de día y noche, nos olvidamos de que nuestro mundo es bello y su belleza está en fijarse en esos pequeños cambios, una semilla que brota, un botoncito que florece, una nube que pasa, el sol que se esconde.
De algún modo el cerrar los ojos, el apagar la luz (me encanta cuando se corta la luz!), el apagar el computador y sentarse a mirar por la ventana, ver cómo los colores de la pieza palidecen con la bajada del sol, basta para conmoverse, y la sobreestimulación contemporánea niega esa belleza, nos hace creer que no es suficiente.
Un recuerdo. (teatro, una vez más)
Cuando salí del colegio mi grupo de teatro organizó un ritual de despedida, ya que me venía a Santiago y todo el asunto. Me pusieron una benda en los ojos y me hicieron caminar por el gimnasio del colegio, mientras me ponian olores en la nariz, me pintaban la cara y las manos, me tocaban, hacían ruidos en mis orejas con diferentes objetos, y me daban vueltas hasta el punto de perder la orientación. De a poco empezaban a aparecer ciertas personas, profesores del colegio que me iban diciendo cosas al oido, mucha gente se acercaba y me despedía, me abrazaba, profesores, auxiliares, compañeros, mucha gente se despidió de mí esa tarde con palabras susurradas y abrazos cariñosos.
Aún conservo la benda con que me taparon los ojos, toda mojada de un llanto sostenido por bastante rato, la benda que me recuerda todavía uno de los días más lindos de mi vida.
Entre las amodorradas sábanas de la memoria
Neils Laarsen V.
Me llamó la atención es cómo lograr hacer entrar al otro en este mundo distinto, que adolece de una pura pérdida, la vista, pero que goza de un montón de otras maneras de conocer y percibir que nosotros dejamos de lado.
Toda nuestra cultura se ha construido a partir de la visualidad, y cada vez más, con la expansión de los medios de comunicación masiva, estas imágenes superpuestas e inconexas que bombardean nuestras pupilas en los diarios, revistas, televisores, computadores, blackberrys, carteles, pantallas en las calles, comienzan a invadir nuestro mundo y nos incitan al consumo y al goce de placeres que no están con nosotros.
Imágenes de playas lejanas, mujeres hermosas y fuera de nuestro fenotipo latinoamericano, evocaciones a mundos paralelos que nos dicen "la felicidad está aquí, no donde estás tú" nos hacen perder la noción de lo bello de este mundo que nos rodea. Nos conformamos con ver los carteles y dejamos de prestar atención a los árboles, a las nubes, con su luz constante perdemos la noción de día y noche, nos olvidamos de que nuestro mundo es bello y su belleza está en fijarse en esos pequeños cambios, una semilla que brota, un botoncito que florece, una nube que pasa, el sol que se esconde.
De algún modo el cerrar los ojos, el apagar la luz (me encanta cuando se corta la luz!), el apagar el computador y sentarse a mirar por la ventana, ver cómo los colores de la pieza palidecen con la bajada del sol, basta para conmoverse, y la sobreestimulación contemporánea niega esa belleza, nos hace creer que no es suficiente.
Un recuerdo. (teatro, una vez más)
Cuando salí del colegio mi grupo de teatro organizó un ritual de despedida, ya que me venía a Santiago y todo el asunto. Me pusieron una benda en los ojos y me hicieron caminar por el gimnasio del colegio, mientras me ponian olores en la nariz, me pintaban la cara y las manos, me tocaban, hacían ruidos en mis orejas con diferentes objetos, y me daban vueltas hasta el punto de perder la orientación. De a poco empezaban a aparecer ciertas personas, profesores del colegio que me iban diciendo cosas al oido, mucha gente se acercaba y me despedía, me abrazaba, profesores, auxiliares, compañeros, mucha gente se despidió de mí esa tarde con palabras susurradas y abrazos cariñosos.
Aún conservo la benda con que me taparon los ojos, toda mojada de un llanto sostenido por bastante rato, la benda que me recuerda todavía uno de los días más lindos de mi vida.
Entre las amodorradas sábanas de la memoria
Neils Laarsen V.
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